lunes, noviembre 01, 2004

COMO MUEREN LAS DEMOCRACIAS

Pensar que la democracia es la forma de gobierno que ha de regirnos por siempre, es en s� mismo una manera de determinismo. De hecho las transformaciones que estamos viviendo no parecen apuntar a promover los disensos republicanos sino m�s bien a la conformaci�n de una forma sutil de autoritarismo: el nacionalismo-populista.
La muerte de una democracia puede ser la resultante ostensible de un evento catastr�fico; un golpe de estado, una revoluci�n, hechos violentos pero que se muestran como un corte claramente visible en la historia, vemos un antes y un despu�s all� donde una democracia dej� de existir.
Sin embargo, hay otra manera de extinguir la libertad: Es la ?muerte por goteo?, en silencio, sin estridencias, cuidando las formas, casi inadvertida en sus comienzos; es un proceso donde las libertades p�blicas y las libertades individuales se van entregando mansamente en las manos de un estado que crece sin l�mites, pero que muestra a todos un rostro ben�volo y paternal.
Es el estado convertido en el ?gran nivelador?, el mismo que viene prometiendo terminar con la inequidad y la injusticia desde los comienzos de la historia. Es en definitiva un estado ?F�ustico?, es el que pregona: Entr�game tu libertad que yo proveer� a todas tus necesidades.
La muerte por goteo va afectando paulatinamente a todos los ?�rganos? que hacen que una democracia pueda llamarse tal. La �ltima alarma suena cuando el sistema deja de funcionar y se limita a ritos formales que lo convierten en una c�scara hueca, al tiempo que el caudillo providencial de turno concentra poder para s� y sus seguidores.
Existen, s�ntomas visibles de este proceso: Los partidos pol�ticos pierden sentido y representatividad, dejando de defender los derechos de los ciudadanos. El parlamento pasa a convertirse en un costoso adorno, y es a la vez un antro de venalidad y ceremonias huecas, que acepta sin chistar los dictados del soberano en procura de su propia perdurabilidad. El clientelismo y la d�diva que envilece reemplazan al trabajo entre los menos favorecidos de la poblaci�n; la magistratura vende sus sentencias al mejor postor y los jueces probos quedan reducidos a silencio. La prensa, abandona la guarda de las libertades y la cr�tica republicana para convertirse en rentado corifeo del poder.
Sin oposici�n que pueda llamarse tal, el peronismo parece, de la mano de Nestor Kirchner, reclinarse hacia una suerte de socialismo nacional populista, lleno de contradicciones pero muy claro en su apetito por el poder y en su despectivo tratamiento de todo disenso.
Con la coyuntura t�ctica como meta, sin visi�n estrat�gica, se gestiona el d�a a d�a en forma emotiva, apelando al slogan irracional que no se discute, se acepta. La encuesta reemplaza al consenso y los gestos grandilocuentes, convenientemente amplificados por la prensa adicta, presentan a una mediocre gesti�n como una ?gesta �pica? que confronta a cientos de enemigos perversos borrosamente definidos que acechan en las sombras.
En esta situaci�n de ?emergencia nacional? no hay espacio para la discrepancia, no se discute en medio de la batalla, y el que lo intenta es estigmatizado sin siquiera considerar la validez de sus dichos. La confrontaci�n permanente se convierte en metodolog�a. En este marco, quien no acata traiciona.
La pregunta m�s inquietante del momento es, a mi modo de ver, c�mo se logra pasar de la concepci�n ?patrimonial caudillista? del poder, cl�sica en el justicialismo, con todas sus implicancias de personalismo, perpetuaci�n y uso irrestricto, a una visi�n republicana del mismo, que acepta como conceptos centrales, la alternancia, la pluralidad y sobre todo la imposibilidad de perpetuaci�n en el mismo, concepto este que repugna al Justicialismo en general y al de la provincia de Buenos Aires en particular
Cuando un l�der pol�tico parece obsesionarse con la acumulaci�n de poder, es bueno preguntarse inmediatamente, para qu�. El gobierno de la rep�blica demanda hombres de estado, no requiere de due�os de la verdad, al menos no si queremos que la democracia real contin�e con vida